sábado, 19 de diciembre de 2015

La Batalla de Ayacucho y el nacimiento de Bolivia

Publicado en el periódico El Diario-Opinión

Jueves 10 de diciembre de 2015.

Orlando Rincones

Luego de tres siglos de constantes luchas y sacrificios, el 9 de diciembre de 1824, el largo proceso de la independencia americana llegaría a su fin con la extraordinaria y resonante victoria obtenida por las armas patriotas en la célebre Batalla de Ayacucho. En aquella memorable y decisiva jornada, sobre una inmensa pampa de 300 hectáreas enclavada en el corazón de la Sierra Sur del Perú, conocida desde tiempos del incario como Aya k’ucho –rincón de los muertos-, el Ejército Unido Libertador, comandado por el joven y brillante héroe de Pichincha, el general venezolano Antonio José de Sucre, definiría la suerte de la América Meridional confrontando, nada más y nada menos, al todo poderoso e invicto Ejército Real del Perú, conducido por el Virrey José de La Serna e Hinojosa y su legión de experimentados generales europeos, héroes ibéricos en su particular guerra de independencia contra la Francia de Napoleón.

A pesar de desplegar sobre el campo de batalla la mitad de tropas que su opulento adversario (5.000 patriotas contra 10.000 realistas), el Ejército Libertador no se amilanó y, al igual que en los afamados y victoriosos campos de Carabobo, Boyacá, Pichincha y Junín, apeló a la bizarría y firmeza de sus espartanas tropas, venidas de todos los confines de América, para romper, de una vez y para siempre, las cadenas que nos oprimían por voluntad del poder español.

La Batalla de Ayacucho, en palabras del escritor y periodista venezolano Juan Vicente González “síntesis y suma de la emancipación americana”, marca el divorcio definitivo entre el opresor y el oprimido, entre el explotador y el explotado, entre la esclavitud y la libertad. Ayacucho pone término al oprobioso régimen colonial español en el Nuevo Mundo e inscribe, con letras de oro, el nombre de América entre las naciones libres y civilizadas del universo, al tiempo de propiciar, como ningún otro triunfo de la gesta independentista, el nacimiento de una nueva nación.

Después de la apoteósica victoria del 9 de diciembre, Sucre establece su Cuartel General en Cusco y desde allí, el 1º de enero de 1825, va a anunciar a las provincias del Alto Perú la decisión que acerca de su destino venía meditando desde hacía mucho tiempo atrás: la de convocar una asamblea de pueblos para que sean los propios altoperuanos quienes “a su más amplio y absoluto albedrío” definan su futuro y “resuelvan sobre si lo que gusten”.

La comunicación de Sucre, dirigida estratégicamente a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí, anuncia además el feliz desenlace de la batalla de Ayacucho e informa que, de inmediato, el jefe patriota cruzará el río Desaguadero con 10.000 bravos del victorioso y remozado Ejército Unido Libertador, sin mayores aspiraciones que la de garantizar la libertad de esas provincias. El solo anuncio hace estremecer a los desesperanzados realistas del Alto Perú, además, Sucre ha anexado a su correspondencia copia de la Capitulación de Ayacucho -firmada por Canterac- cuyos generosos términos y condiciones son demasiado atractivos como para seguir aferrados a la causa perdida del Rey. Ante esta realidad, bien llegan los despachos de Sucre a las cabeceras municipales los pronunciamientos de adhesión a la causa libertaria no se hacen esperar: el 14 de enero de 1825 Cochabamba, el 12 de febrero Valle Grande, el 14 de febrero Santa Cruz, el 22 de febrero Chuquisaca y el 30 de marzo Cotagaita. La Capitulación de Ayacucho ha extendido su brazo generoso a los realistas altoperuanos y estos se han acogido a ella, no ha sido necesario derramar inútilmente más sangre americana. El 1º de abril de 1825 se extinguirá en Tumusla el último vestigio del poder español en el Alto Perú, el fanático y obstinado general realista Pedro Antonio Olañeta muere a manos de sus más cercanos colaboradores, en momentos que 6.000 hombres del Ejército Unido Libertador ocupaban ya Potosí.

El 6 de agosto de 1825, nuestra América, y el Universo entero, contemplarán henchidos de emoción el alumbramiento de una nueva república: Bolivia, la cual nace como tributo perpetuo al campeón de la independencia americana y, como él mismo dijera, “coronada con los laureles de Ayacucho”.

El autor es Investigador histórico. Miembro de la Sociedad Bolivariana de Venezuela. Autor del libro “Ayacucho y la Independencia del Alto Perú”.

Corpahuayco: ‘Las Termópilas de América’ - La Razón

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La Paz de Ayacucho - La Razón

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miércoles, 28 de octubre de 2015

La Batalla de Ayacucho y la cración de Bolivia


Publicado en el periódico El Cambio (suplemento La Esquina)
7 de diciembre de 2014
Orlando Rincones Montes


Pasado el medio día de aquel memorable 9 de diciembre de 1824, sobre la inmortal Pampa de Ayacucho al sur del Perú, 6.000 bravos del Ejército Unido Libertador habían sellado con su constancia y con su sangre la libertad del país de los incas y, por consecuencia, la de toda América del Sur. Los “hijos de la gloria”, como los llamara el Libertador Simón Bolívar, bajo la acertada dirección del General Sucre, habían derrotado al más poderoso ejército español en el Nuevo Mundo, los trofeos conquistados por los vencedores en la épica jornada hablan por sí solos: 2 Tenientes Generales (El Virrey La Serna y el general Canterac), 4 Mariscales de Campo, 10 Generales de Brigada, 16 Coroneles, 68 Tenientes Coroneles, 484 jefes y oficiales y 2.000 efectivos de tropa. Más de 3.500 bajas, entre muertos y heridos, de ambos bandos, dan cuenta de cuan aguerrida fue la refriega final de la emancipación hispanoamericana. La generosa capitulación concedida por Sucre al rival vencido da un toque de humanidad y de clemencia al final de la guerra horrorosa, inscribiendo con letras de oro el nombre de América entre las sociedades más civilizadas, cultas y nobles del orbe.

Batalla de Ayacucho (anónimo). Quinta Magdalena, Lima-Perú
Sepultado el poder colonial en Ayacucho aún restaba una tarea por realizar para garantizar la paz en la región: la resolución del destino del Alto Perú, particular tema en el cual el triunfo de Ayacucho sería también determinante. Previo a la batalla de Junín (6 de agosto de 1824), después de cruzar Cerro de Pasco, Bolívar y Sucre reflexionan en Yacán (cerca de Yanahuanca) sobre lo que era más conveniente para los territorios ubicados al sur del Desaguadero, toda vez que al parecer estas provincias no querían pertenecer ni a Lima ni a Buenos Aires. La convocatoria a una Asamblea Deliberante, para que fueran los propios altoperuanos quienes decidieran su destino, parecía ser la mejor opción. Para Sucre, el más firme y entusiasta promotor de esta propuesta, la decisión estaba tomada y ni siquiera la  ambigüedad y la obstinación del último jefe realista del Alto Perú, Pedro Antonio Olañeta, podría detenerlo en esta empresa. Antes de emprender la campaña al sur, el 1 de enero de 1825, Sucre manifiesta a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí lo siguiente: “el ejército no lleva a esos países la menor aspiración: sus armas no se ocuparán sino de garantir su libertad; les dejaremos su más amplio y absoluto albedrío para que resuelvan sobre si lo que gusten”.

Salón de la Independencia, Casa Libertad. Sucre-Bolivia
En esa misma correspondencia, Sucre hace conocer a las municipalidades señaladas el feliz desenlace de la jornada de Ayacucho y la movilización de 10.000 hombres con destino a esos territorios, lo mismo que comunica, en cartas privadas, a  los jefes realistas de Oruro (Coronel Arraya) y Santa Cruz (General Aguilera). Estratégicamente, el joven prócer venezolano anexa a su comunicación los términos de la capitulación refrendada por Canterac. Este solo anuncio, y las contundentes pruebas remitidas, bastaron para evitar la guerra en el Alto Perú, las guarniciones realistas y sus jefes prefirieron sumarse al bando patriota antes que luchar por una causa perdida. En esta lógica, el 14 de enero de 1825 la guarnición de Cochabamba se pronunció por la libertad, el 12 de febrero lo haría Valle Grande, el 14 de febrero Santa Cruz y el 22 de febrero López de Quiroga se alzaría en Chuquisaca. La estrategia diplomática y de sutil intimidación ideada por Sucre sobre la base de la victoria y capitulación de Ayacucho había tenido un éxito incontestable, el Alto Perú se plegaba a la causa emancipadora sin la necesidad de combatir, más allá del trágico y confuso deceso de Olañeta en la Tumusla. El 6 de agosto del glorioso año 1825, la América toda asistiría al nacimiento de una nueva nación, Bolivia, a decir del Libertador Simón Bolívar “coronada con los laureles de Ayacucho”.

martes, 27 de octubre de 2015

Ayacucho: 190 años como referente indiscutible de la Unidad Latinoamericana

Obelisco de la Pampa de Ayacucho


Publicado en el semanario Le Monde Diplomatique (Edición boliviana). Año 6, número 76 nueva época. Diciembre 2014 - Enero 2015.
Orlando Rincones Montes

Aquel memorable 9 de diciembre de 1824, cuando el Teniente General José Canterac, en representación del Real Ejército de Su Majestad Católica en el Perú, estampó su firma en la honrosa capitulación concedida por el General Antonio José de Sucre en Ayacucho,  trescientos años de lucha anticolonial en nuestro continente llegaron a su fin. El otrora poderoso adversario monárquico veía reducidas sus propiedades en el Nuevo Mundo a las paredes de tres fortalezas (El Callao, Chiloé y San Juan de Ulúa) y a las islas de Cuba y Puerto Rico.

No es temerario aseverar que la épica victoria obtenida hace 190 años por las armas patriotas en Ayacucho se consumó gracias al concurso y al sacrificio de todo un continente y más. Hombres y mujeres provenientes de los territorios que hoy ocupan Venezuela, Colombia, Ecuador, Chile, Argentina, Perú, Panamá, Bolivia, México, Guatemala, Curazao, Brasil, Uruguay, Paraguay, Puerto Rico, Inglaterra, Irlanda, Francia, Escocia y Alemania, conformaron un inédito mosaico de nacionalidades y razas que, fundidas como un todo en las heroicas divisiones peruanas y colombianas, no repararon en enfrentar a un enemigo superior en número, recursos y organización, invicto durante 14 años en el Perú. Esta fuerza multinacional, el Ejército Unido Libertador, tuvo en el general Sucre al infatigable e ínclito guerrero que las condujo a lo más alto del altar de la gloria americana.

Pero esta unión de esfuerzos en torno a la lucha independentista, especialmente en los decisivos años de 1822, 1823 y 1824, no se dio por mera casualidad, fue producto de un esfuerzo de alianzas continentales concebidas por el genio y el carácter visionario del Libertador Simón Bolívar. La idea de conformar en América una Confederación de Naciones está presente en el pensamiento bolivariano mucho antes de la victoria de Ayacucho. En la Carta de Jamaica de 1815 el Libertador hace referencia a la idea maravillosa de formar “una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí” y al referirse más específicamente a esas partes (Estados) refiere que, en atención a su común origen, lengua y costumbres, deberían tener también “un solo gobierno” que los confederase.  

Consono con ese pensamiento, apenas establecida la Tercera República en Venezuela (1817) y consumada la libertad de la Nueva Granada (1819), el Libertador Bolívar comienza a darle forma al sueño de la Confederación Americana. Unidas Venezuela y Nueva Granada en la República de Colombia (1819), los territorios de Guayaquil y Quito se incorporan a esta nueva nación tras el triunfo de Sucre en Pichcincha (1822), de acuerdo al principio del Uti Possidetis Juris aplicado a la fecha de 1810. Una vez declarada la independencia del Perú por el Libertador José de San Martín (1821), Joaquín Mosquera y Bernardo Monteagudo, en representación de Colombia y Perú respectivamente, suscriben el 6 de Julio de 1822 un Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua, este acuerdo, y otros específicos referidos a temas logísticos de la nueva campaña libertadora, brindaron un sólido marco jurídico y legal al auxilio militar colombiano en el tramo final de la independencia del Perú. En lo inmediato, otros tratados de Amistad, Unión, Liga y Confederación Perpetua vendrían a consolidar este frente común latinoamericano: Colombia-Chile (1822); Colombia-Provincias Unidas de Río de La Plata- Argentina (1823); Colombia-México (1823) y Colombia-República Federal Centroaméricana (1826), tratados que serían ratificados poco tiempo después, en 1826, en el Congreso Anfictiónico de Panamá, primera Asamblea General de pueblos libres, soberanos e independientes de América.
Queda claro que, llegada la hora decisiva para la causa libertaria suramericana, el ejército del Virrey José de La Serna enfrentaba no a un grupo de “rebeldes” o “insurgentes”, como solían llamar a los patriotas, sino a un conjunto de naciones que de manera consciente se habían confederado en torno a la idea de garantizar su libertad y la de aquellos pueblos que aún luchaban por ella. Esta alianza estratégica pesó sobre manera en el lance final de Ayacucho, en ese momento crucial la unidad de los latinoamericanos, y la suma de sus esfuerzos y sacrificios, permitió derrotar al más poderoso ejército de todos los que ostentó España en el continente, así lo predijo el propio Bolívar en la ya citada Carta de Jamaica y así se cumplió: “Yo diré a Ud. lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre: es la unión”.

lunes, 26 de octubre de 2015

Acto por el natalicio de Antonio José de Sucre

El historiador venezolano Orlando Rincones dio una reseña sobre Sucre, al igual que su colega boliviano José Roberto Arce. Estuvo presente José Sucre, descendiente del Libertador, quien dijo sentir mucho orgullo por llevar su sangre.



La Razón (Edición Impresa) / Erika Ibarguen / La Paz
02:26 / 07 de febrero de 2015

Con la proyección de una película producida por el canal 8 Venezolana de Televisión y dirigida por Javier Escala, que mostró la vida y muerte de Antonio José de Sucre, la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, la Embajada de Venezuela en Bolivia y el Instituto de Integración del Convenio Andrés Bello concluyeron el acto que recordó los 200 años de nacimiento del Mariscal de Ayacucho. A la cita en el auditorio del Banco Central de Bolivia (BCB) acudieron representantes diplomáticos, escritores, entre otros.

El historiador venezolano Orlando Rincones dio una reseña sobre Sucre, al igual que su colega boliviano José Roberto Arce. Estuvo presente José Sucre, descendiente del Libertador, quien dijo sentir mucho orgullo por llevar su sangre.

“Como descendiente, me siento emocionado y guiado por su mandato histórico y estoy deseoso de que se conozca más en Bolivia sobre su biografía y su actuar”. Sucre nació en 1795 en el actual estado venezolano de Sucre y murió asesinado en las montañas de Berruecos, en Colombia, en 1830. Fue presidente de Bolivia, gobernador de Perú, general en jefe del Ejército de la Gran Colombia, comandante del Ejército del Sur y Gran Mariscal de Ayacucho.

jueves, 22 de octubre de 2015

La Epopeya de Ayacucho

Mural Batalla de Ayacucho.
Municipalidad  Dtto. de Quinua-Ayacucho. 

Cuatro horas de combate en la Pampa de Ayacucho coronaron la tan ansiada libertad de América

 

La Razón (Edición Impresa) / Orlando Rincones Montes
00:01 / 09 de diciembre de 2014

  Sin pretender restar importancia a otras célebres batallas de nuestra independencia, no cabe duda que la librada durante la mañana y el medio día del 9 de diciembre de 1824 sobre la inmortal Pampa de Ayacucho (Perú) fue la más grandiosa y determinante de todas las batallas celebradas en el contexto de la lucha emancipadora hispanoamericana. Para 1823, el virrey José de La Serna e Hinojosa disponía al sur del Perú de un  cuantioso y disciplinado ejército de aproximadamente 20.000 hombres; a su vez, el libertador Simón Bolívar apenas disponía de 6.000 auxiliares colombianos y de unos 4.000 peruanos, muchos de ellos aún en proceso de adiestramiento y formación. 

Aunado a lo anterior, otros dos obstáculos hacían muy cuesta arriba la campaña, por una parte, la inminencia de una guerra civil entre los partidarios del presidente Riva-Agüero y aquellos que defendían la institucionalidad del Congreso Nacional. Por otra, las dificultades de todo tipo que ofrecía el terreno, la  abrupta geografía andina, el clima, las distancias, todo era complejo y desconocido para las tropas llegadas desde las playas del Orinoco. 

190 años de la Batalla de Ayacucho

 

Al final de la batalla de Ayacucho, la victoria patriota es total: en su poder quedan el Virrey, 15 generales, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 jefes y oficiales y 2.000 efectivos de tropa, mismos que ascenderían a 6.000 en los días posteriores.


La Razón (Edición Impresa) / Orlando Rincones
00:02 / 14 de diciembre de 2014
 
Capitulación de Ayacucho por Ángel Hernández (1924). BCR, Lima-Perú
El martes 9 de diciembre fue una fecha especial para todos los americanos; ese día asistimos jubilosos, desde Río Grande hasta la Patagonia, a la celebración del 190 aniversario de la hazaña militar que selló nuestra definitiva emancipación: La Batalla de Ayacucho, la última y más importante de cuantas se celebraron en el marco de la gesta independentista americana. Ayacucho no solo marca el fin del poder colonial español en el Nuevo Mundo, es la victoria que señala el tránsito hacia la futura integración latinoamericana, al tiempo que, bajo sus laureles, contempla el nacimiento de una nueva nación: La República de Bolivia.

Aquel 9 de diciembre de 1824, después de superar obstáculos inimaginables, el general venezolano Antonio José de Sucre y 5.780 bravos del Ejército Unido Libertador asisten a su cita con la gloria en la Pampa de Ayacucho, dispuestos a consumar la libertad de la América Meridional.
La victoria no se presentaría nada fácil, el adversario que se interponía entre la libertad definitiva del continente o la continuidad del yugo colonial era, sin lugar a dudas, el más poderoso de cuantos oprimieron al país de los incas. El Virrey José La Serna y sus experimentados jefes europeos disponían de una maquinaria militar de más de 15.000 hombres, 10.000 de los cuales se presentaron ese día en el campo de batalla.