Publicado en el
periódico El Cambio (suplemento La Esquina)
7 de diciembre de 2014
Orlando Rincones Montes
Pasado el medio día de aquel
memorable 9 de diciembre de 1824, sobre la inmortal Pampa de Ayacucho al sur
del Perú, 6.000 bravos del Ejército Unido Libertador habían sellado con su
constancia y con su sangre la libertad del país de los incas y, por
consecuencia, la de toda América del Sur. Los “hijos de la gloria”, como los llamara el Libertador Simón Bolívar,
bajo la acertada dirección del General Sucre, habían derrotado al más poderoso
ejército español en el Nuevo Mundo, los trofeos conquistados por los vencedores
en la épica jornada hablan por sí solos: 2 Tenientes Generales (El Virrey La
Serna y el general Canterac), 4 Mariscales de Campo, 10 Generales de Brigada,
16 Coroneles, 68 Tenientes Coroneles, 484 jefes y oficiales y 2.000 efectivos
de tropa. Más de 3.500 bajas, entre muertos y heridos, de ambos bandos, dan cuenta
de cuan aguerrida fue la refriega final de la emancipación hispanoamericana. La
generosa capitulación concedida por Sucre al rival vencido da un toque de
humanidad y de clemencia al final de la guerra horrorosa, inscribiendo con
letras de oro el nombre de América entre las sociedades más civilizadas, cultas
y nobles del orbe.
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Batalla de Ayacucho (anónimo). Quinta Magdalena, Lima-Perú |
Sepultado el poder colonial
en Ayacucho aún restaba una tarea por realizar para garantizar la paz en la
región: la resolución del destino del Alto Perú, particular tema en el cual el
triunfo de Ayacucho sería también determinante. Previo a la batalla de Junín (6
de agosto de 1824), después de cruzar Cerro
de Pasco, Bolívar y Sucre reflexionan en Yacán (cerca de Yanahuanca) sobre
lo que era más conveniente para los territorios ubicados al sur del
Desaguadero, toda vez que al parecer estas provincias no querían pertenecer ni
a Lima ni a Buenos Aires. La convocatoria a una Asamblea Deliberante, para que
fueran los propios altoperuanos quienes decidieran su destino, parecía ser la mejor
opción. Para Sucre, el más firme y entusiasta promotor de esta propuesta, la
decisión estaba tomada y ni siquiera la
ambigüedad y la obstinación del último jefe realista del Alto Perú,
Pedro Antonio Olañeta, podría detenerlo en esta empresa. Antes de emprender la
campaña al sur, el 1 de enero de 1825, Sucre manifiesta a las municipalidades
de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí lo siguiente: “el ejército no lleva a esos países la menor aspiración: sus armas no
se ocuparán sino de garantir su libertad; les dejaremos su más amplio y
absoluto albedrío para que resuelvan sobre si lo que gusten”.
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Salón de la Independencia, Casa Libertad. Sucre-Bolivia |
En esa misma
correspondencia, Sucre hace conocer a las municipalidades señaladas el feliz
desenlace de la jornada de Ayacucho y la movilización de 10.000 hombres con
destino a esos territorios, lo mismo que comunica, en cartas privadas, a los jefes realistas de Oruro (Coronel Arraya)
y Santa Cruz (General Aguilera). Estratégicamente, el joven prócer venezolano
anexa a su comunicación los términos de la capitulación refrendada por
Canterac. Este solo anuncio, y las contundentes pruebas remitidas, bastaron
para evitar la guerra en el Alto Perú, las guarniciones realistas y sus jefes
prefirieron sumarse al bando patriota antes que luchar por una causa perdida.
En esta lógica, el 14 de enero de 1825 la guarnición de Cochabamba se pronunció
por la libertad, el 12 de febrero lo haría Valle Grande, el 14 de febrero Santa
Cruz y el 22 de febrero López de Quiroga se alzaría en Chuquisaca. La
estrategia diplomática y de sutil intimidación ideada por Sucre sobre la base
de la victoria y capitulación de Ayacucho había tenido un éxito incontestable,
el Alto Perú se plegaba a la causa emancipadora sin la necesidad de combatir,
más allá del trágico y confuso deceso de Olañeta en la Tumusla. El 6 de agosto
del glorioso año 1825, la América toda asistiría al nacimiento de una nueva
nación, Bolivia, a decir del Libertador Simón Bolívar “coronada con los
laureles de Ayacucho”.
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Orlando Rincones.