Al final de la batalla de Ayacucho, la victoria patriota es total: en su poder quedan el Virrey, 15 generales, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 jefes y oficiales y 2.000 efectivos de tropa, mismos que ascenderían a 6.000 en los días posteriores.
Capitulación de Ayacucho por Ángel Hernández (1924). BCR, Lima-Perú |
Aquel 9 de diciembre
de 1824, después de superar obstáculos inimaginables, el general
venezolano Antonio José de Sucre y 5.780 bravos del Ejército Unido
Libertador asisten a su cita con la gloria en la Pampa de Ayacucho,
dispuestos a consumar la libertad de la América Meridional.
La victoria no se presentaría nada fácil, el adversario que se
interponía entre la libertad definitiva del continente o la continuidad
del yugo colonial era, sin lugar a dudas, el más poderoso de cuantos
oprimieron al país de los incas. El Virrey José La Serna y sus
experimentados jefes europeos disponían de una maquinaria militar de más
de 15.000 hombres, 10.000 de los cuales se presentaron ese día en el
campo de batalla.
ESTRATEGIA. Comenzadas las
acciones, el general Sucre, leyendo perfectamente lo que sucedía en el
campo de batalla, ordena al general José María Córdova que ataque con su
División el centro realista, comprometido momentáneamente en el paso de
una quebrada luego de su incómodo descenso por las faldas del cerro
Condorcunca. Colocado frente a sus tropas el general neogranadino emite
una célebre orden: ¡Soldados, armas a discreción; de frente, paso de
vencedores! Acto seguido, en medio del mayor orden táctico desplegado
durante la jornada, las tropas de Colombia siguen a la victoria a su
joven comandante de 24 años. Los más selectos cuerpos realistas salen a
su encuentro: Burgos, Guías, Victoria, Infante; su esfuerzo es vano, los
batallones del Rey son arrollados y disueltos pese al arrojo con que se
emplean sobre el campo de batalla.
Sobre el costado
izquierdo del campo, la División La Mar (batallones Número 1, 2 y 3 del
Perú y la Legión Peruana de la Guardia) se traba en feroz combate con
la vanguardia realista del Mariscal Valdés; mientras, en el centro, los
heroicos batallones Pichincha, Bogotá y Caracas se abalanzan sobre el
fuego enemigo a costa de grandes pérdidas. En el fragor de la batalla
llega el turno de actuar a la caballería patriota del intrépido general
Miller, los Húsares de Junín, con el comandante Suárez de Buenos Aires, y
los Granaderos y Húsares de Colombia de los venezolanos Silva y
Carvajal, irrumpen como truenos sobre la pampa para terminar de decidir
la batalla a favor del bando republicano.
Al final de
la jornada, la victoria patriota es total: en su poder quedan el
Virrey, 15 generales, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 jefes y
oficiales y 2.000 efectivos de tropa, mismos que ascenderían a 6.000 en
los días posteriores. Sucre no conoce la victoria sin la clemencia, la
generosa capitulación concedida por el jefe patriota a sus otrora
opulentos adversarios eleva el nombre de América al sitial de las más
nobles y civilizadas naciones del universo.
La
victoria de Ayacucho representó también el triunfo de la política de
alianzas continentales impulsada por el Libertador Simón Bolívar. A
Ayacucho, enclavado en la Sierra Sur del Perú, concurrieron tropas de
Venezuela, Nueva Granada, Quito, Guayaquil, Alto y Bajo Perú, Chile,
Argentina, Uruguay, Centroamérica y Europa, la mayoría de ellas
confederadas ya con Colombia gracias a los tratados de Amistad, Unión,
Liga y Confederación perpetua suscritos por el Libertador Bolívar con
los gobiernos de Lima (1822), Chile (1822), Buenos Aires (1823), México
(1823) y Centroamérica (1826). Estos acuerdos serían ratificados en la
primera Asamblea de Pueblos libres que recuerde la historia americana:
El Congreso Anfictiónico de Panamá.
CHARCAS. Más
allá de las consecuencias políticas, económicas, sociales y comerciales
que en el ámbito continental arrojó la jornada de Ayacucho, para los
altoperuanos tuvo una especial significación pues bajo la égida del
héroe de Pichincha y Ayacucho los territorios de la antigua Audiencia de
Charcas verán nacer en su seno una nueva nación, Bolivia. El general
Sucre, conocedor desde la campaña de Pichincha del sentimiento
independentista de los altoperuanos, apenas cruzó el Desaguadero no dudó
en convocar a una Asamblea Deliberante para que los habitantes de
Charcas decidieran su futuro, tal como lo había anunciado desde el año
anterior en decenas de cartas dirigidas a Bolívar y a diferentes
autoridades militares de Colombia. Pero el concurso del futuro Gran
Mariscal de Ayacucho a la independencia del Alto Perú no se limitó solo
al decreto, con su pluma magistral pudo doblegar a las guarniciones
realistas y ganarlas para la causa de libertad.
Desde su Cuartel General en Cusco, el 1 de enero de 1825, el futuro
Presidente de Bolivia dirige una nutrida correspondencia a las
municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí informando
que: “El 9 de diciembre en los campos de Ayacucho terminaron la opresión
y los males de este país... les dejaremos (el Ejército Libertador) su
más amplio y absoluto albedrío para que resuelvan sobre sí lo que
gusten, para que se organicen del modo que más proporcione su
felicidad”. En similares términos se comunica con los jefes realistas de
Oruro y Santa Cruz (Arraya y Aguilera), anexando a toda su
correspondencia copia de la Capitulación de Ayacucho. Ante el infortunio
de la causa española en América, la reacción de las principales
guarniciones realistas del Alto Perú no se hizo esperar, los
pronunciamientos de adhesión a la causa libertaria se suceden uno tras
otro: el 14 de enero de 1825 Cochabamba, el 12 de febrero Valle Grande,
el 14 de febrero Santa Cruz, el 22 de febrero Chuquisaca y el 30 de
marzo Cotagaita.
Pudiendo haber aplastado con su
remozado e invicto ejército a los disminuidos realistas del Alto Perú,
el espíritu cívico y humanista de Sucre se decantó por la diplomacia; en
América no se había dado conducta igual. El último vestigio del poder
español en Charcas se extinguiría, sin pena ni gloria, con el asesinato
del obstinado general realista Pedro Antonio Olañeta, a manos de sus más
cercanos colaboradores, en momentos en que el Ejército Libertador
ocupaba ya Potosí.
El 6 de agosto de 1825 “un nuevo
motivo de júbilo para el género humano”, la América contempla el
nacimiento de una nueva nación, Bolivia, como tributo al campeón de la
independencia americana, pero también como manifestación perpetua de un
amor por la libertad.
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Orlando Rincones.