La Batalla de Ayacucho y el nacimiento de Bolivia
Publicado en el periódico El Diario-Opinión
Jueves 10 de diciembre de 2015.
Orlando Rincones
Luego de tres siglos de constantes luchas y
sacrificios, el 9 de diciembre de 1824, el largo proceso de la
independencia americana llegaría a su fin con la extraordinaria y
resonante victoria obtenida por las armas patriotas en la célebre
Batalla de Ayacucho. En aquella memorable y decisiva jornada, sobre una
inmensa pampa de 300 hectáreas enclavada en el corazón de la Sierra Sur
del Perú, conocida desde tiempos del incario como Aya k’ucho –rincón de
los muertos-, el Ejército Unido Libertador, comandado por el joven y
brillante héroe de Pichincha, el general venezolano Antonio José de
Sucre, definiría la suerte de la América Meridional confrontando, nada
más y nada menos, al todo poderoso e invicto Ejército Real del Perú,
conducido por el Virrey José de La Serna e Hinojosa y su legión de
experimentados generales europeos, héroes ibéricos en su particular
guerra de independencia contra la Francia de Napoleón.
A pesar de desplegar sobre el campo de batalla la mitad de tropas que su opulento adversario (5.000 patriotas contra 10.000 realistas), el Ejército Libertador no se amilanó y, al igual que en los afamados y victoriosos campos de Carabobo, Boyacá, Pichincha y Junín, apeló a la bizarría y firmeza de sus espartanas tropas, venidas de todos los confines de América, para romper, de una vez y para siempre, las cadenas que nos oprimían por voluntad del poder español.
La Batalla de Ayacucho, en palabras del escritor y periodista venezolano Juan Vicente González “síntesis y suma de la emancipación americana”, marca el divorcio definitivo entre el opresor y el oprimido, entre el explotador y el explotado, entre la esclavitud y la libertad. Ayacucho pone término al oprobioso régimen colonial español en el Nuevo Mundo e inscribe, con letras de oro, el nombre de América entre las naciones libres y civilizadas del universo, al tiempo de propiciar, como ningún otro triunfo de la gesta independentista, el nacimiento de una nueva nación.
Después de la apoteósica victoria del 9 de diciembre, Sucre establece su Cuartel General en Cusco y desde allí, el 1º de enero de 1825, va a anunciar a las provincias del Alto Perú la decisión que acerca de su destino venía meditando desde hacía mucho tiempo atrás: la de convocar una asamblea de pueblos para que sean los propios altoperuanos quienes “a su más amplio y absoluto albedrío” definan su futuro y “resuelvan sobre si lo que gusten”.
La comunicación de Sucre, dirigida estratégicamente a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí, anuncia además el feliz desenlace de la batalla de Ayacucho e informa que, de inmediato, el jefe patriota cruzará el río Desaguadero con 10.000 bravos del victorioso y remozado Ejército Unido Libertador, sin mayores aspiraciones que la de garantizar la libertad de esas provincias. El solo anuncio hace estremecer a los desesperanzados realistas del Alto Perú, además, Sucre ha anexado a su correspondencia copia de la Capitulación de Ayacucho -firmada por Canterac- cuyos generosos términos y condiciones son demasiado atractivos como para seguir aferrados a la causa perdida del Rey. Ante esta realidad, bien llegan los despachos de Sucre a las cabeceras municipales los pronunciamientos de adhesión a la causa libertaria no se hacen esperar: el 14 de enero de 1825 Cochabamba, el 12 de febrero Valle Grande, el 14 de febrero Santa Cruz, el 22 de febrero Chuquisaca y el 30 de marzo Cotagaita. La Capitulación de Ayacucho ha extendido su brazo generoso a los realistas altoperuanos y estos se han acogido a ella, no ha sido necesario derramar inútilmente más sangre americana. El 1º de abril de 1825 se extinguirá en Tumusla el último vestigio del poder español en el Alto Perú, el fanático y obstinado general realista Pedro Antonio Olañeta muere a manos de sus más cercanos colaboradores, en momentos que 6.000 hombres del Ejército Unido Libertador ocupaban ya Potosí.
El 6 de agosto de 1825, nuestra América, y el Universo entero, contemplarán henchidos de emoción el alumbramiento de una nueva república: Bolivia, la cual nace como tributo perpetuo al campeón de la independencia americana y, como él mismo dijera, “coronada con los laureles de Ayacucho”.
El autor es Investigador histórico. Miembro de la Sociedad Bolivariana de Venezuela. Autor del libro “Ayacucho y la Independencia del Alto Perú”.
A pesar de desplegar sobre el campo de batalla la mitad de tropas que su opulento adversario (5.000 patriotas contra 10.000 realistas), el Ejército Libertador no se amilanó y, al igual que en los afamados y victoriosos campos de Carabobo, Boyacá, Pichincha y Junín, apeló a la bizarría y firmeza de sus espartanas tropas, venidas de todos los confines de América, para romper, de una vez y para siempre, las cadenas que nos oprimían por voluntad del poder español.
La Batalla de Ayacucho, en palabras del escritor y periodista venezolano Juan Vicente González “síntesis y suma de la emancipación americana”, marca el divorcio definitivo entre el opresor y el oprimido, entre el explotador y el explotado, entre la esclavitud y la libertad. Ayacucho pone término al oprobioso régimen colonial español en el Nuevo Mundo e inscribe, con letras de oro, el nombre de América entre las naciones libres y civilizadas del universo, al tiempo de propiciar, como ningún otro triunfo de la gesta independentista, el nacimiento de una nueva nación.
Después de la apoteósica victoria del 9 de diciembre, Sucre establece su Cuartel General en Cusco y desde allí, el 1º de enero de 1825, va a anunciar a las provincias del Alto Perú la decisión que acerca de su destino venía meditando desde hacía mucho tiempo atrás: la de convocar una asamblea de pueblos para que sean los propios altoperuanos quienes “a su más amplio y absoluto albedrío” definan su futuro y “resuelvan sobre si lo que gusten”.
La comunicación de Sucre, dirigida estratégicamente a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí, anuncia además el feliz desenlace de la batalla de Ayacucho e informa que, de inmediato, el jefe patriota cruzará el río Desaguadero con 10.000 bravos del victorioso y remozado Ejército Unido Libertador, sin mayores aspiraciones que la de garantizar la libertad de esas provincias. El solo anuncio hace estremecer a los desesperanzados realistas del Alto Perú, además, Sucre ha anexado a su correspondencia copia de la Capitulación de Ayacucho -firmada por Canterac- cuyos generosos términos y condiciones son demasiado atractivos como para seguir aferrados a la causa perdida del Rey. Ante esta realidad, bien llegan los despachos de Sucre a las cabeceras municipales los pronunciamientos de adhesión a la causa libertaria no se hacen esperar: el 14 de enero de 1825 Cochabamba, el 12 de febrero Valle Grande, el 14 de febrero Santa Cruz, el 22 de febrero Chuquisaca y el 30 de marzo Cotagaita. La Capitulación de Ayacucho ha extendido su brazo generoso a los realistas altoperuanos y estos se han acogido a ella, no ha sido necesario derramar inútilmente más sangre americana. El 1º de abril de 1825 se extinguirá en Tumusla el último vestigio del poder español en el Alto Perú, el fanático y obstinado general realista Pedro Antonio Olañeta muere a manos de sus más cercanos colaboradores, en momentos que 6.000 hombres del Ejército Unido Libertador ocupaban ya Potosí.
El 6 de agosto de 1825, nuestra América, y el Universo entero, contemplarán henchidos de emoción el alumbramiento de una nueva república: Bolivia, la cual nace como tributo perpetuo al campeón de la independencia americana y, como él mismo dijera, “coronada con los laureles de Ayacucho”.
El autor es Investigador histórico. Miembro de la Sociedad Bolivariana de Venezuela. Autor del libro “Ayacucho y la Independencia del Alto Perú”.
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