miércoles, 13 de abril de 2016

Antonio José de Sucre: el héroe a 221 años de su nacimiento


Discurso pronunciado por Orlando Rincones en la Plaza Franz Tamayo (del estudiante) en la ciudad de La Paz-Bolivia, el 3 de febrero de 2016, en ocasión de celebrarse el 221 aniversario del nacimiento del Mariscal Sucre. 

Foto de Ronny Marcano (La Paz, 2016)
La pintoresca ciudad de Cumaná que conoció, y describió, el explorador y botánico alemán Alexander Von Humboldt, a finales del siglo XVIII, era una ciudad sencilla y tranquila “sin grandes campanarios ni cúpula alguna que pueda atraer de lejos la mirada del viajero” decía. Esa pequeña ciudad del oriente venezolano, enclavada frente al Mar Caribe y dividida en dos realidades contrapuestas por las refrescantes y cristalinas aguas del río Manzanares, vería nacer, en el seno de una de sus familias más distinguidas, los Sucre-Alcalá, al que con el tiempo se convertiría en el prócer más completo e incuestionable de la epopeya independentista americana; nos referimos a Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá; el inmortal héroe de Pichincha y Ayacucho, el redentor de los Hijos de Sol; arquitecto de naciones y máximo exponente del ideario bolivariano de integración y unidad continental.

El quinto hijo de Vicente de Sucre y Urbaneja y de María Manuela de Alcalá ve sus primeras luces un glorioso 3 de febrero de 1795, hace hoy exactamente 221 años. Su vida fue un intenso y permanente batallar, dificultades y obstáculos de todo tipo pusieron a prueba, en diferentes contextos y situaciones, su temple y su valor, sin embargo, su envidiable talento, su infatigable actividad y su fe irrenunciable en la causa de la revolución americana le permitirían salir airoso en medio de los más grandes torbellinos.

Confirmando un signo trágico que acompañará a Sucre a lo largo de toda su vida, el infortunio toca prematuramente a su puerta: con tan solo siete años de edad pierde a su madre su más grande afecto. A partir de ese trágico evento su personalidad se torna más introvertida y melancólica, su infancia no volverá a ser la misma y más tarde que pronto resignará esta, y toda su juventud, a la noble causa de la libertad.

Buscando que el joven Sucre siguiera la carrera de las armas, tradición instituida desde el siglo XV entre los caballeros de su familia paterna, a mediados de 1808 es enviado a la ciudad de Caracas a seguir estudios en la Escuela de Ingeniería Militar que regentaba el Coronel español José Tomás Mires, allí, además de los sólidos conocimientos de aritmética, algebra, topografía, dibujo lineal, geometría y construcción civil, que de tanta utilidad le serán a lo largo de toda su carrera política y militar, recibirá de su futuro subordinado en la campaña de Quito los primeros pensamientos liberales y antimonárquicos, mismos que guiaran el resto de su corta y fructífera existencia.

Consagrado ya al servicio de la Patria, en mayo de 1810, recibe de la Junta Revolucionaria de Gobierno de Cumaná su primer grado militar: Sub Teniente de Milicias Regladas de Infantería, es el inicio de una descollante carrera al servicio de las armas que llevará a Sucre a alcanzar las más altas distinciones y grados a los que podía aspirar un oficial del Ejército Libertador: General de División, General en Jefe, Comandante General, Gran Mariscal e incluso Ministro de Guerra y Marina en 1820. 

Pero fue precisamente el Libertador Simón Bolívar quien le dio el impulso definitivo a esa brillante carrera cuando ésta parecía estancarse. En efecto, destinado Sucre por su notable inteligencia a servir siempre en el Estado Mayor General de jefes de la talla de Miranda, Mariño y Bermúdez, parecía por momentos condenado a vivir bajo la sombra de estos, sin luz ni brillo propio. De 1811 a 1819 Sucre había participado en todas las campañas de Venezuela, siempre como subalterno, sin embargo su talento y aptitudes no pasarían desapercibidos para el Libertador. En enero de 1820, luego de verle cumplir con gran profesionalismo y eficacia una serie de delicadas tareas, Bolívar llega a comentar acerca de Sucre: “Es uno de los mejores oficiales del Ejército (…) por extraño que parezca, no se le conoce ni se sospecha de sus aptitudes. Estoy resuelto a sacarle a la luz, persuadido de que algún día me rivalizará”. Sucre no defraudará esa confianza y se convertirá en el corto plazo en uno de los más insignes capitanes de la independencia americana.

En 1825, concluida ya la Guerra de Independencia, Bolívar -actuando ahora como el primer biógrafo del héroe cumanés- refiere:
           
El (Sucre) era el alma del ejército en que servía. Él metodizaba todo; él lo dirigía todo, más, con esa modestia, con esa gracia con que hermosea cuanto ejecuta. En medio de las combustiones que necesariamente nacen de la guerra y de la revolución, el General Sucre se hallaba frecuentemente de mediador, de consejero, de guía, sin perder nunca de vista la buena causa y el buen camino. Él era el azote del desorden y, sin embargo, el amigo de todos.

En medio de las combustiones de la guerra a las que hace referencia el Libertador, emerge la figura de Sucre: ecuánime, magnánima, conciliadora y humana para poner fin a la barbarie y la demencia que primaba en los campos de batalla americanos. Los términos y condiciones del Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra, aquel que firmaron Bolívar y Morillo el 2 de noviembre de1820 en la ciudad venezolana de Trujillo para poner fin a la Guerra a Muerte, se desprenden de la pluma y del preclaro corazón del joven prócer venezolano. Este luminoso documento sería la base, 44 años después, del protocolo de la Convención de Ginebra y del Reglamento de la Conferencia de la Haya, hecho que convierte a Sucre en el precursor por excelencia del Derecho Internacional Humanitario.

 
Orlando Rincones en su discurso (3-2-2016).
Demostrada a cabalidad su pericia en el arte de la diplomacia y la negociación, entre los años 1821 y 1823 Sucre es envestido de facultades extraordinarias, a nivel de plenipotenciario de Colombia, ante los gobiernos de Guayaquil, Perú, Chile y Buenos Aires.

Como político y estadista Sucre a muy temprana edad comenzó a forjar una hoja de servicios difícil de superar: desde Comandante General del Bajo Orinoco, en 1817, hasta Presidente Constitucional de Bolivia en 1826, destacando también en ese período el cargo de Intendente del Departamento de Quito a mediados de 1822. A la par de esta encomiable labor, Sucre fue diputado de Colombia, con tan solo 24 años de edad, y Senador tres años después. En 1830, el último año de su magnífica existencia, fue Presidente del “Congreso Admirable” el último de la Gran Colombia.

Fiel a los más elevados principios republicanos, Sucre impulsó la libertad de opinión y la confrontación de las ideas a través del periodismo: en Quito funda el primer periódico republicano del Ecuador, el Monitor, en 1823, y en Bolivia funda también el primer periódico de nuestro país, El Cóndor, en 1825. Este particular hecho coloca a Sucre como uno de los más insignes precursores del periodismo continental.

El apego de Sucre a las leyes y a la justicia social lo llevó  a crear las instituciones fundamentales del Poder Judicial en aquellos territorios que estuvieron bajo su directa administración: en 1822 crea e instala la Corte Suprema de Justicia de Cuenca-Ecuador y en 1826 la Corte Superior de Justicia de Bolivia. Cónsono con este pensamiento y accionar, Sucre elimina el oprobioso tributo indígena, tanto en Bolivia como en Ecuador.

Pero no solo el campo judicial fue atendido con especial devoción por Sucre en su rol de estadista: la salud, la seguridad social y la educación coparon innumerables horas de su administración. Como presidente de Bolivia, Sucre crea hospitales, asilos de ancianos, casas para huérfanos y desamparados, implementa campañas de vacunación, sanea la economía, impulsa la industria y el agro, a la par de construir caminos, puentes y carreteras. En Bolivia, en el transcurso de las 13 semanas que van del 3 de febrero al 5 de mayo de 1826, dicta 13 decretos referidos a la educación, entre ellos los de creación del Colegio Nacional de Ciencias y Artes San Simón de Ayacucho en La Paz y del Colegio Nacional Pichincha de Potosí. De la misma manera, y vía decreto, crea otras instituciones que hoy día continúan siendo pilar fundamental de la sociedad boliviana, es el caso de la creación de la Policía Boliviana el 24 de junio de 1826. Ese mismo año, pero el mes de noviembre, Sucre crea la Armada Boliviana.

Pero más allá de sus grandes méritos como político y estadista, el nombre Sucre estará siempre unido indisolublemente a dos hechos de armas que marcarán para siempre su vida y el destino del Nuevo Mundo: las gloriosas campañas de Pichincha y Ayacucho, las primeras para él como jefe principal y máximo director de la guerra.

Nunca enfrentó el Ejército Libertador rivales tan prepotentes y obstinados como aquellos que oprimían al Ecuador y al Perú. Cuesta describir con palabras el enrarecido contexto y las complejas condiciones en que el joven general debió, casi de la nada, armar un ejército que procurara la libertad de aquellos pueblos y de todo el Nuevo Mundo. Diatribas políticas, disputas entre partidos, intereses expansionistas de los aliados, confrontación entre los poderes del Estado, escases de recursos de todo tipo, intrigas, traiciones y más traiciones, todo ello  sumado a un clima y una geografía agreste y desconocida. Por si esto fuera poco el enemigo a vencer, dirigido por avezados y valerosos jefes europeos, era  superior en número, recursos y organización, más no en determinación.

En medio de la anarquía política del Sur, Sucre sale a flote con el tino y la astucia que sólo él podía desplegar. En el campo militar acertadas previsiones e intrépidas maniobras lo llevaron a superar las dificultades que le imponían el terreno y los enemigos de la libertad. Ya sobre los campo de batalla de Pichincha y Ayacucho, Sucre y su ejército de héroes sellaron con su sangre y su constancia la libertad de todo el continente.

Pese a lo resonante de sus triunfos nunca se manifestó Sucre tan generoso y magnánimo como en los inmortales campos de Pichincha y Ayacucho, allí brillaría como nunca el corazón noble del hidalgo guerrero que suaviza con el perdón la suerte del vencido. Las generosas capitulaciones concedidas por Sucre a las fuerzas realistas, al término de ambas batallas, constituyen la más grande muestra de humanidad que recuerde la historia militar del Nuevo Mundo.

Después de la apoteósica victoria de Ayacucho, Sucre va a cruzar el Desaguadero rumbo al Alto Perú, no sin antes anunciar a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí que marchaba sobre ellas con 10.000 bravos de Colombia, no para oprimirlas sino para garantizar su libertad  y convocar una asamblea de pueblos para que fueran los propios habitantes de Charcas quienes “a su más amplio y absoluto albedrío” definieran su futuro y “resuelvan sobre si lo que gusten”.

El 6 de agosto de 1825 “un nuevo motivo de júbilo para el género humano”, la América contempla el nacimiento de una nueva nación, Bolivia, como tributo al campeón de la independencia americana, pero también como manifestación perpetua de un amor desenfrenado por la libertad.

De todas sus brillantes cualidades tal vez sea la humildad la que más distingue el espíritu de Antonio José de Sucre. El olímpico héroe nunca ambicionó nada material para sí mismo, su única aspiración: conservar por siempre la amistad y el afecto de Bolívar. Los premios y recompensas materiales que recibió por sus destacados servicios en la revolución americana los entregó a las viudas y a los huérfanos que dejó la guerra, en uno y otro bando. Las condecoraciones militares que recordaban sus resonantes victorias las usó sólo con el consentimiento de Bolívar y los muchos otros premios que recibió de municipalidades, congresos y de los pueblos por él liberados, los cedió a sus subordinados. Después de una intachable gestión política y administrativa en Bolivia, se retira de nuestro país en 1828, a lomo de mula y con dinero prestado,  exigiendo como único pago por sus servicios la completa revisión de su conducta al frente del país.

Pese a llevar en su brazo derecho la muestra de la ingratitud de los hombres, cuando la Patria requirió de nuevo sus preclaros servicios no dudo Sucre un segundo en ofrecerlos.  En febrero de 1829 el benemérito Mariscal abandonó el retiro y el calor de su hogar para obsequiar un nuevo lauro a Colombia, esta vez en los campos de Tarqui.

Lamentablemente, los incontestables méritos de Sucre lo colocaron rápidamente en la mira de los enemigos de la libertad y de la integración latinoamericana, lo convirtieron en la presa urgente y necesaria de la rancia burguesía liberal colombiana, más sin embargo, como refiere el intelectual venezolano Numa Quevedo:  “Los que pretendieron en un momento aciago borrarlo de la historia y del mundo con su liquidación física, lo que hicieron fue difundirlo en acto de docencia universal, y a base de su martirio, a base de su holocausto, lo que consiguieron fue erigirlo en forma pedagógica en la conciencia de los pueblos libres y democráticos”.

Hoy, a 221 años de su nacimiento, Sucre y su legado están  más vigentes que nunca, en cada hombre, en cada mujer y en cada pueblo que luche por la justicia y la libertad.

ORLANDO RINCONES 

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Orlando Rincones.