Discurso pronunciado por Orlando Rincones en la Plaza Franz Tamayo (del estudiante) en la ciudad de La Paz-Bolivia, el 3 de febrero de 2016, en ocasión de celebrarse el 221 aniversario del nacimiento del Mariscal Sucre.
La pintoresca ciudad de Cumaná que conoció, y
describió, el explorador y botánico alemán Alexander Von Humboldt, a finales
del siglo XVIII, era una ciudad sencilla y tranquila “sin grandes campanarios
ni cúpula alguna que pueda atraer de lejos la mirada del viajero” decía. Esa
pequeña ciudad del oriente venezolano, enclavada frente al Mar Caribe y
dividida en dos realidades contrapuestas por las refrescantes y cristalinas
aguas del río Manzanares, vería nacer,
en el seno de una de sus familias más distinguidas, los Sucre-Alcalá, al que
con el tiempo se convertiría en el prócer más completo e incuestionable de la
epopeya independentista americana; nos referimos a Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá; el inmortal héroe de
Pichincha y Ayacucho, el redentor de los Hijos de Sol; arquitecto de naciones y
máximo exponente del ideario bolivariano de integración y unidad continental.
Foto de Ronny Marcano (La Paz, 2016) |
El quinto hijo de Vicente de Sucre y Urbaneja
y de María Manuela de Alcalá ve sus primeras luces un glorioso 3 de febrero de
1795, hace hoy exactamente 221 años. Su vida fue un intenso y permanente
batallar, dificultades y obstáculos de todo tipo pusieron a prueba, en
diferentes contextos y situaciones, su temple y su valor, sin embargo, su
envidiable talento, su infatigable actividad y su fe irrenunciable en la causa
de la revolución americana le permitirían salir airoso en medio de los más
grandes torbellinos.
Confirmando un signo trágico que acompañará a
Sucre a lo largo de toda su vida, el infortunio toca prematuramente a su
puerta: con tan solo siete años de edad pierde a su madre su más grande afecto.
A partir de ese trágico evento su personalidad se torna más introvertida y
melancólica, su infancia no volverá a ser la misma y más tarde que pronto
resignará esta, y toda su juventud, a la noble causa de la libertad.
Buscando que el joven Sucre siguiera la
carrera de las armas, tradición instituida desde el siglo XV entre los
caballeros de su familia paterna, a mediados de 1808 es enviado a la ciudad de
Caracas a seguir estudios en la Escuela de Ingeniería Militar que regentaba el
Coronel español José Tomás Mires, allí, además de los sólidos conocimientos de
aritmética, algebra, topografía, dibujo lineal, geometría y construcción civil,
que de tanta utilidad le serán a lo largo de toda su carrera política y
militar, recibirá de su futuro subordinado en la campaña de Quito los primeros
pensamientos liberales y antimonárquicos, mismos que guiaran el resto de su
corta y fructífera existencia.
Consagrado ya al servicio de la Patria, en
mayo de 1810, recibe de la Junta Revolucionaria de Gobierno de Cumaná su primer
grado militar: Sub Teniente de Milicias Regladas de Infantería, es el inicio de
una descollante carrera al servicio de las armas que llevará a Sucre a alcanzar
las más altas distinciones y grados a los que podía aspirar un oficial del
Ejército Libertador: General de División, General en Jefe, Comandante General,
Gran Mariscal e incluso Ministro de Guerra y Marina en 1820.
Pero fue precisamente el Libertador Simón Bolívar
quien le dio el impulso definitivo a esa brillante carrera cuando ésta parecía estancarse.
En efecto, destinado Sucre por su notable inteligencia a servir siempre en el
Estado Mayor General de jefes de la talla de Miranda, Mariño y Bermúdez, parecía
por momentos condenado a vivir bajo la sombra de estos, sin luz ni brillo
propio. De 1811 a 1819 Sucre había participado en todas las campañas de
Venezuela, siempre como subalterno, sin embargo su talento y aptitudes no
pasarían desapercibidos para el Libertador. En enero de 1820, luego de verle
cumplir con gran profesionalismo y eficacia una serie de delicadas tareas, Bolívar
llega a comentar acerca de
Sucre: “Es uno de los mejores oficiales
del Ejército (…) por extraño que parezca, no se le conoce ni se sospecha de sus
aptitudes. Estoy resuelto a sacarle a la luz, persuadido de que algún día me
rivalizará”. Sucre no defraudará esa confianza y se convertirá en el corto
plazo en uno de los más insignes capitanes de la independencia americana.
En 1825, concluida ya la Guerra de
Independencia, Bolívar -actuando ahora como el primer biógrafo del héroe
cumanés- refiere:
El (Sucre) era el alma del ejército en que servía. Él
metodizaba todo; él lo dirigía todo, más, con esa modestia, con esa gracia con
que hermosea cuanto ejecuta. En medio de las combustiones que necesariamente
nacen de la guerra y de la revolución, el General Sucre se hallaba
frecuentemente de mediador, de consejero, de guía, sin perder nunca de vista la
buena causa y el buen camino. Él era el azote del desorden y, sin embargo, el amigo
de todos.
En medio de las combustiones de la guerra a las
que hace referencia el Libertador, emerge la figura de Sucre: ecuánime,
magnánima, conciliadora y humana para poner fin a la barbarie y la demencia que
primaba en los campos de batalla americanos. Los términos y condiciones del
Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra, aquel que firmaron Bolívar
y Morillo el 2 de noviembre de1820 en la ciudad venezolana de Trujillo para
poner fin a la Guerra a Muerte, se desprenden de la pluma y del preclaro
corazón del joven prócer venezolano. Este luminoso documento sería la base, 44
años después, del protocolo de la Convención de Ginebra y del Reglamento de la
Conferencia de la Haya, hecho que convierte a Sucre en el precursor por
excelencia del Derecho Internacional Humanitario.
Como político y estadista Sucre a muy
temprana edad comenzó a forjar una hoja de servicios difícil de superar: desde
Comandante General del Bajo Orinoco, en 1817, hasta Presidente Constitucional
de Bolivia en 1826, destacando también en ese período el cargo de Intendente
del Departamento de Quito a mediados de 1822. A la par de esta encomiable
labor, Sucre fue diputado de Colombia, con tan solo 24 años de edad, y Senador tres
años después. En 1830, el último año de su magnífica existencia, fue Presidente
del “Congreso Admirable” el último de
la Gran Colombia.
Fiel a los más elevados principios
republicanos, Sucre impulsó la libertad de opinión y la confrontación de las
ideas a través del periodismo: en Quito funda el primer periódico republicano
del Ecuador, el Monitor, en 1823, y en Bolivia funda también el primer
periódico de nuestro país, El Cóndor, en 1825. Este particular hecho coloca a
Sucre como uno de los más insignes precursores del periodismo continental.
El apego de Sucre a las leyes y a la justicia
social lo llevó a crear las
instituciones fundamentales del Poder Judicial en aquellos territorios que
estuvieron bajo su directa administración: en 1822 crea e instala la Corte
Suprema de Justicia de Cuenca-Ecuador y en 1826 la Corte Superior de Justicia
de Bolivia. Cónsono con este pensamiento y accionar, Sucre elimina el oprobioso
tributo indígena, tanto en Bolivia como en Ecuador.
Pero no solo el campo judicial fue atendido
con especial devoción por Sucre en su rol de estadista: la salud, la seguridad
social y la educación coparon innumerables horas de su administración. Como
presidente de Bolivia, Sucre crea hospitales, asilos de ancianos, casas para
huérfanos y desamparados, implementa campañas de vacunación, sanea la economía,
impulsa la industria y el agro, a la par de construir caminos, puentes y
carreteras. En Bolivia, en el transcurso de las 13 semanas que van del 3 de
febrero al 5 de mayo de 1826, dicta 13 decretos referidos a la educación, entre
ellos los de creación del Colegio Nacional de Ciencias y Artes San Simón de
Ayacucho en La Paz y del Colegio Nacional Pichincha de Potosí. De la misma
manera, y vía decreto, crea otras instituciones que hoy día continúan siendo
pilar fundamental de la sociedad boliviana, es el caso de la creación de la
Policía Boliviana el 24 de junio de 1826. Ese mismo año, pero el mes de
noviembre, Sucre crea la Armada Boliviana.
Pero más allá de sus grandes méritos como
político y estadista, el nombre Sucre estará siempre unido indisolublemente a
dos hechos de armas que marcarán para siempre su vida y el destino del Nuevo
Mundo: las gloriosas campañas de Pichincha y Ayacucho, las primeras para él
como jefe principal y máximo director de la guerra.
Nunca enfrentó el Ejército Libertador rivales
tan prepotentes y obstinados como aquellos que oprimían al Ecuador y al Perú.
Cuesta describir con palabras el enrarecido contexto y las complejas
condiciones en que el joven general debió, casi de la nada, armar un ejército
que procurara la libertad de aquellos pueblos y de todo el Nuevo Mundo.
Diatribas políticas, disputas entre partidos, intereses expansionistas de los
aliados, confrontación entre los poderes del Estado, escases de recursos de
todo tipo, intrigas, traiciones y más traiciones, todo ello sumado a un clima y una geografía agreste y
desconocida. Por si esto fuera poco el enemigo a vencer, dirigido por avezados
y valerosos jefes europeos, era superior
en número, recursos y organización, más no en determinación.
En medio de la anarquía política del Sur,
Sucre sale a flote con el tino y la astucia que sólo él podía desplegar. En el
campo militar acertadas previsiones e intrépidas maniobras lo llevaron a
superar las dificultades que le imponían el terreno y los enemigos de la
libertad. Ya sobre los campo de batalla de Pichincha y Ayacucho, Sucre y su
ejército de héroes sellaron con su sangre y su constancia la libertad de todo
el continente.
Pese a lo resonante de sus triunfos nunca se
manifestó Sucre tan generoso y magnánimo como en los inmortales campos de
Pichincha y Ayacucho, allí brillaría como nunca el corazón noble del hidalgo
guerrero que suaviza con el perdón la suerte del vencido. Las generosas
capitulaciones concedidas por Sucre a las fuerzas realistas, al término de
ambas batallas, constituyen la más grande muestra de humanidad que recuerde la
historia militar del Nuevo Mundo.
Después de la apoteósica victoria de
Ayacucho, Sucre va a cruzar el Desaguadero rumbo al Alto Perú, no sin antes
anunciar a las municipalidades de La Paz, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí que
marchaba sobre ellas con 10.000 bravos de Colombia, no para oprimirlas sino
para garantizar su libertad y convocar
una asamblea de pueblos para que fueran los propios habitantes de Charcas
quienes “a su más amplio y absoluto
albedrío” definieran su futuro y “resuelvan
sobre si lo que gusten”.
El 6 de agosto de 1825 “un nuevo motivo de júbilo para el
género humano”, la América contempla el nacimiento de una nueva nación,
Bolivia, como tributo al campeón de la independencia americana, pero también
como manifestación perpetua de un amor desenfrenado por la libertad.
De todas sus brillantes cualidades tal vez
sea la humildad la que más distingue el espíritu de Antonio José de Sucre. El
olímpico héroe nunca ambicionó nada material para sí mismo, su única
aspiración: conservar por siempre la amistad y el afecto de Bolívar. Los
premios y recompensas materiales que recibió por sus destacados servicios en la
revolución americana los entregó a las viudas y a los huérfanos que dejó la
guerra, en uno y otro bando. Las condecoraciones militares que recordaban sus
resonantes victorias las usó sólo con el consentimiento de Bolívar y los muchos
otros premios que recibió de municipalidades, congresos y de los pueblos por él
liberados, los cedió a sus subordinados. Después de una intachable gestión
política y administrativa en Bolivia, se retira de nuestro país en 1828, a lomo
de mula y con dinero prestado, exigiendo
como único pago por sus servicios la completa revisión de su conducta al frente
del país.
Pese a llevar en su brazo derecho la muestra
de la ingratitud de los hombres, cuando la Patria requirió de nuevo sus
preclaros servicios no dudo Sucre un segundo en ofrecerlos. En febrero de 1829 el benemérito Mariscal
abandonó el retiro y el calor de su hogar para obsequiar un nuevo lauro a
Colombia, esta vez en los campos de Tarqui.
Lamentablemente, los incontestables méritos
de Sucre lo colocaron rápidamente en la mira de los enemigos de la libertad y
de la integración latinoamericana, lo convirtieron en la presa urgente y
necesaria de la rancia burguesía liberal colombiana, más sin embargo, como
refiere el intelectual venezolano Numa Quevedo: “Los que pretendieron en un momento
aciago borrarlo de la historia y del mundo con su liquidación física, lo que
hicieron fue difundirlo en acto de docencia universal, y a base de su martirio,
a base de su holocausto, lo que consiguieron fue erigirlo en forma pedagógica
en la conciencia de los pueblos libres y democráticos”.
Hoy, a 221 años de su nacimiento, Sucre y su
legado están más vigentes que nunca, en
cada hombre, en cada mujer y en cada pueblo que luche por la justicia y la
libertad.
ORLANDO RINCONES
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